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Este es uno de los parajes más queridos en la localidad de Sahagún y que cuenta, tras de sí, con una importante leyenda que trata de explica su origen.
Para encontrar su origen hay que remontarse al siglo IX, en torno al año 805, cuando las afueras de la localidad facundina presenciaron una cruenta batalla entre el ejército de Carlomagno y los sarracenos liderados por Aygolando.
El conflicto nace cuando las tropas de Carlomagno recorrían el Camino de Santiago Francés, frenando a las tropas islámicas y recuperando territorio para el cristianismo. La ribera del río Cea era, como lo es ahora, un vergel arbolado en mitad de la Tierra de Campos y también era un lugar donde las tropas cristianas descansaban.
En uno de esos descansos, aparecieron las tropas de Aygolando, numerosas y poderosas. El enfrentamiento fue inevitable y centenares de soldados se enfrentaron en una batalla sangrienta que duró todo el día hasta que se retiraron a realizar una pausa a última hora de la tarde: la batalla definitiva tendría lugar al amanecer.
Las tropas de Carlomagno estaban desmoralizadas. El poderío de los sarracenos había minado su ejército y se extendía el rumor de que los musulmanes había recurrido a la nigromancia para lograr el triunfo, dotando a sus hombres de una fuerza sobrehumana y duplicando la dureza de su acero.
Los soldados supervivientes clavaron las lanzas de los fallecidos en el suelo, a modo de recuerdo, y se fueron a dormir, pensando en la dureza de la batalla del día siguiente, donde todo parecía indicar que perdería. Al despertarse, poco antes del alba, fueron a coger las lanzas de sus compañeros, pero había echado ramas y raíces.
«¡Dios está con nosotros!», clamaron, talando lanzas de aquellas ramas, dirigiéndose en formación al campo de batalla. El miedo se había convertido en fortaleza y esperanza.
La victoria cayó de lado cristiano, pero no fue fácil, con numerosas bajas en ambos bandos, incluida la del general Milón de Angleris o el caballo de Carlomagno, Bayard que, según la tradición de los francos, había sido concebido por un dragón y una serpiente.
Cuando concluyó la batalla, algunos de los supervivientes juraban haber visto como la mano invisible de Dios tomaba las riendas de los caballos de los cristianos abatidos que, sin jinete, continuaban dando batalla a los infieles.
Tiempo después, de aquellas lanzas taladas había brotado un frndoso bosque de fresnos, sauces, alisos y álamos bajo el que hoy día se puede pasear en Sahagún.
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Óscar Bellot | Madrid y Guillermo Villar
José A. González y Leticia Aróstegui (gráficos)
David González
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